Las proteínas son los materiales que desempeñan un mayor número de
funciones en las células de todos los seres vivos. Por un lado, forman parte de
la estructura básica de los tejidos (músculos, tendones, piel, uñas, etc.) y,
por otro, desempeñan funciones metabólicas y reguladoras (asimilación de
nutrientes, transporte de oxígeno y de grasas en la sangre, inactivación de
materiales tóxicos o peligrosos, etc.). También son los elementos que definen
la identidad de cada ser vivo, ya que son la base de la estructura del código
genético (ADN) y de los sistemas de reconocimiento de organismos extraños en el
sistema inmunitario.
Las proteínas son moléculas de gran tamaño formadas por largas
cadenas lineales de sus elementos constitutivos propios: los aminoácidos.
Existen unos veinte aminoácidos distintos, que pueden combinarse en cualquier
orden y repetirse de cualquier manera. Una proteína media está formada por unos
cien o doscientos aminoácidos alineados, lo que da lugar a un número de
posibles combinaciones diferentes realmente abrumador (en teoría 20200). Y,
por si esto fuera poco, según la configuración espacial tridimensional que
adopte una determinada secuencia de aminoácidos, sus propiedades pueden ser totalmente
diferentes. Tanto los glúcidos como los lípidos tienen una estructura
relativamente simple comparada con la complejidad y diversidad de las
proteínas.
En la dieta de los seres humanos se puede distinguir entre
proteínas de origen vegetal o de origen animal. Las proteínas de origen animal
están presentes en las carnes, pescados, aves, huevos y productos lácteos en
general. Las de origen vegetal se pueden encontrar abundantemente en los frutos
secos, la soja, las legumbres, los champiñones y los cereales completos (con
germen). Las proteínas de origen vegetal, tomadas en conjunto, son menos
complejas que las de origen animal.
Puesto que cada especie animal o vegetal está formada por su
propio tipo de proteínas, incompatibles con los de otras especies, para poder
asimilar las proteínas de la dieta previamente deben ser fraccionadas en sus
diferentes aminoácidos. Esta descomposición se realiza en el estómago e
intestino, bajo la acción de los jugos gástricos y las diferentes enzimas. Los
aminoácidos obtenidos pasan a la sangre y se distribuyen por los tejidos, donde
se combinan de nuevo formando las diferentes proteínas específicas de nuestra
especie.
El recambio proteico
Las proteínas del cuerpo están en un continuo proceso de
renovación. Por un lado, se degradan hasta sus aminoácidos constituyentes y,
por otro, se utilizan estos aminoácidos junto con los obtenidos de la dieta
para formar nuevas proteínas en base a las necesidades del momento. A este
mecanismo se le llama recambio proteico. Es imprescindible para el
mantenimiento de la vida, siendo la principal causa del consumo energético en
reposo (Tasa de Metabolismo Basal).
También es importante el hecho de que en ausencia de glúcidos en
la dieta de los que obtener glucosa, es posible obtenerla a partir de la
conversión de ciertos aminoácidos en el hígado. Como el sistema nervioso y los
leucocitos de la sangre no pueden consumir otro nutriente que no sea glucosa,
el organismo puede degradar las proteínas de nuestros tejidos menos vitales
para obtenerla.
Las proteínas de la dieta se usan, principalmente, para la
formación de nuevos tejidos o para el reemplazo de las proteínas presentes en
el organismo (función plástica). No obstante, cuando las proteínas consumidas
exceden las necesidades del organismo, sus aminoácidos constituyentes pueden
ser utilizados para obtener de ellos energía. Sin embargo, la combustión de los
aminoácidos tiene un grave inconveniente: la eliminación del amoniaco y las
aminas que se liberan en estas reacciones químicas. Estos compuestos son
altamente tóxicos para el organismo, por lo que se transforman en urea en el
hígado y se eliminan por la orina al filtrarse en los riñones.
A pesar de la versatilidad de las proteínas, los humanos no
estamos fisiológicamente preparados para una dieta exclusivamente proteica.
Estudios realizados en este sentido pronto detectaron la existencia de
importantes dificultades neurológicas.
Balance de nitrógeno
El componente más preciado de las proteínas es el nitrógeno que
contienen. Con él, podemos reponer las pérdidas obligadas que sufrimos a través
de las heces y la orina. A la relación entre el nitrógeno proteico que
ingerimos y el que perdemos se le llama balance nitrogenado. Debemos ingerir al
menos la misma cantidad de nitrógeno que la que perdemos. Cuando el balance es
negativo perdemos proteínas y podemos tener problemas de salud. Durante el
crecimiento o la gestación, el balance debe ser siempre positivo.
Aminoácidos esenciales
El ser humano necesita un total de veinte aminoácidos, de los
cuales nueve no es capaz de sintetizar por sí mismo y deben ser aportados por
la dieta. Estos nueve son los denominados aminoácidos esenciales, y si
falta uno solo de ellos no será posible sintetizar ninguna de las proteínas en
la que sea requerido dicho aminoácido. Esto puede dar lugar a diferentes tipos
de desnutrición, según cual sea el aminoácido limitante. Los aminoácidos
esenciales más problemáticos son el triptófano, la lisina y la metionina. Es
típica su carencia en poblaciones en las que los cereales o los tubérculos
constituyen la base de la alimentación. El déficit de aminoácidos esenciales
afectan mucho más a los niños que a los adultos.
Si necesitas información detallada sobre las propiedades de los
diferentes aminoácidos y sus fuentes naturales, puedes acceder al Glosario
de Aminoácidos del WEB de Smart Basic (en inglés). También
encontrarás información de otros compuestos derivados de los aminoácidos que
juegan un papel importante en el metabolismo proteico.
Valor biológico de las proteínas
El conjunto de los aminoácidos esenciales sólo está presente en
las proteínas de origen animal. En la mayoría de los vegetales siempre hay
alguno que no está presente en cantidades suficientes. Se define el valor o
calidad biológica de una determinada proteína por su capacidad de aportar
todos los aminoácidos necesarios para los seres humanos. La calidad biológica
de una proteína será mayor cuanto más similar sea su composición a la de las
proteínas de nuestro cuerpo. De hecho, la leche materna es el patrón con el que
se compara el valor biológico de las demás proteínas de la dieta.
Por otro lado, no todas las proteínas que ingerimos se digieren y
asimilan. La utilización neta de una determinada proteína, o aporte proteico
neto, es la relación entre el nitrógeno que contiene y el que el organismo
retiene. Hay proteínas de origen vegetal, como la de la soja, que a pesar de
tener menor valor biológico que otras proteínas de origen animal, presentan un
aporte proteico neto mayor por asimilarse mucho mejor en nuestro sistema
digestivo.
Necesidades diarias de proteínas
La cantidad de proteínas que se requieren cada día es un tema
controvertido, puesto que varía en función de muchos factores. Depende de la
edad, ya que en el período de crecimiento las necesidades son el doble o
incluso el triple que para un adulto, y del estado de salud de nuestro
intestino y nuestros riñones, que pueden hacer variar el grado de asimilación o
las pérdidas de nitrógeno por las heces y la orina. También depende del valor
biológico de las proteínas que se consuman, aunque en general, todas las
recomendaciones siempre se refieren a proteínas de alto valor biológico. Si no
lo son, las necesidades serán aún mayores.
En general, se recomiendan unos 40 a 60 gr. de proteínas al día
para un adulto sano. La Organización Mundial de la Salud y las RDA USA
recomiendan un valor de 0,8 gr por kilogramo de peso y día. Por supuesto,
durante el crecimiento, el embarazo o la lactancia estas necesidades aumentan,
como reflejan las tablas de necesidades mínimas de proteínas, que
también podéis consultar.
El máximo de proteínas que podemos ingerir sin afectar a nuestra
salud es un tema aún más delicado. Las proteínas consumidas en exceso, que el
organismo no necesita para el crecimiento o para el recambio proteico,
se queman en las células para producir energía. A pesar de que tienen un
rendimiento energético igual al de los hidratos de carbono, su combustión es
más compleja y dejan residuos metabólicos, como el amoniaco, que son tóxicos
para el organismo. El cuerpo humano dispone de eficientes sistemas de
eliminación, pero todo exceso de proteínas supone cierto grado de intoxicación
que provoca la destrucción de tejidos y, en última instancia, la enfermedad o
el envejecimiento prematuro. Debemos evitar comer más proteínas de las
estrictamente necesarias para cubrir nuestras necesidades.
Por otro lado, investigaciones muy bien documentadas, llevadas a
cabo en los últimos años por el doctor alemán Lothar Wendt, han demostrado que
los aminoácidos se acumulan en las membranas basales de los capilares
sanguíneos para ser utilizados rápidamente en caso de necesidad. Esto supone
que cuando hay un exceso de proteínas en la dieta, los aminoácidos resultantes
siguen acumulándose, llegando a dificultar el paso de nutrientes de la sangre a
las células (microangiopatía). Estas investigaciones parecen abrir un amplio
campo de posibilidades en el tratamiento a través de la alimentación de gran
parte de las enfermedades cardiovasculares, que tan frecuentes se han
vuelto en Occidente desde que se generalizó el consumo indiscriminado de carne.
¿Proteínas de origen vegetal o animal?
Puesto que sólo asimilamos aminoácidos y
no proteínas completas, el organismo no puede distinguir si estos aminoácidos
provienen de proteínas de origen animal o vegetal. Comparando ambos tipos de
proteínas podemos señalar:
Las proteínas
de origen animal son moléculas mucho más grandes y complejas, por lo que
contienen mayor cantidad y diversidad de aminoácidos. En general, su valor
biológico es mayor que las de origen vegetal. Como contrapartida son más
difíciles de digerir, puesto que hay mayor número de enlaces entre aminoácidos
por romper. Combinando adecuadamente las proteínas vegetales (legumbres con
cereales o lácteos con cereales) se puede obtener un conjunto de aminoácidos
equilibrado. Por ejemplo, las proteínas del arroz contienen todos los
aminoácidos esenciales, pero son escasas en lisina. Si las combinamos con
lentejas o garbanzos, abundantes en lisina, la calidad biológica y el aporte
proteico resultante son mayores que en la mayoría de los productos de origen
animal.
Al tomar proteínas animales a
partir de carnes, aves o pescados ingerimos también todos los desechos del
metabolismo celular presentes en esos tejidos (amoniaco, ácido úrico, etc.),
que el animal no pudo eliminar antes de ser sacrificado. Estos compuestos
actúan como tóxicos en nuestro organismo. El metabolismo de los vegetales es
distinto y no están presentes estos derivados nitrogenados. Los tóxicos de la
carne se pueden evitar consumiendo las proteínas de origen animal a partir de
huevos, leche y sus derivados. En cualquier caso, siempre serán preferibles los
huevos y los lácteos a las carnes, pescados y aves. En este sentido, también
preferiremos los pescados a las aves, y las aves a las carnes rojas o de cerdo.
La
proteína animal suele ir acompañada de grasas de origen animal, en su mayor
parte saturadas. Se ha demostrado que un elevado aporte de ácidos grasos
saturados aumenta el riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares.
En general, se recomienda que una tercera parte de las proteínas
que comamos sea de origen animal, pero es perfectamente posible estar bien
nutrido sólo con proteínas vegetales. Eso sí, teniendo la precaución de
combinar estos alimentos en función de sus aminoácidos limitantes. El problema
de las dietas vegetarianas en Occidente suele estar más bien en el déficit de
algunas vitaminas, como la B12, o de minerales, como el hierro.
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